top of page
Buscar

Comer en el infierno: crónica de una travesía hacia El Diablo

  • Foto del escritor: Grisel D'Angelo
    Grisel D'Angelo
  • 25 jul
  • 5 Min. de lectura

Advertencia: usted se hastiará de leer el término volcánico durante el desarrollo de este artículo. Pero créame, es la única manera de transmitir, aunque sea con palabras, el incesante y áspero camino volcánico que atravesamos para llegar a un establecimiento de comida volcánica.


Ahora sí...


Llegar al Restaurante El Diablo no fue fácil. Pero nunca me interesaron los caminos sencillos, y menos cuando hay fuego y un menú innecesariamente intrincado de por medio.

La primera vez que visité el Parque Nacional de Timanfaya fue en uno de esos tours donde el tiempo está milimetrado y tu hambre de aventura no importa. Vi pasar el restaurante por la ventana del bus turístico como quien ve a un amante que nunca tendrá. Era lo único que me importaba de ese paseo, y sin embargo, el reloj y los guías no entienden de apetitos absurdos que no entran en itinerarios.


La primera vez que vi El Diablo por la ventana a comienzos de abril.
La primera vez que vi El Diablo por la ventana a comienzos de abril.

Meses después, mi mejor amiga vino de visita a Canarias. Fue la excusa perfecta para hacer justicia poética: volver, pero esta vez solo al restaurante. Sin tours. Sin horarios. Sin más reglas que la del deseo. Y el deseo, en Lanzarote, siempre es sacrificado.

El plan era simple y épico: llegar caminando.

Sin experiencia en la conducción insular, y sabiendo que los autobuses solo te dejan si vas con el tour completo, no quedaba otra que lanzarnos al desierto volcánico a pie.


ree

La mañana del 17 de julio de 2025 empezó en el echadero de camellos, mi tercera vez montando uno en pocos meses. Como anfitriona no hay escapatoria, cada vez que viene alguien de visita tengo que llevarlo a montar un camello. Quizás en esta ocasión fue el entremés perfecto para iniciar la travesía.


ree

La caminata fue un infierno inolvidable. Horas bajo el sol, entre ceniza, rocas afiladas, arbustos secos que pinchaban las piernas, y coches que nos miraban como si fuéramos una alucinación. Incluso nosotras mismas llegamos a pensar que éramos una ilusión, cuando el sopor del calor es tal que ves el horizonte borroso y en sutil movimiento ondular. La ruta no estaba hecha para humanos, como en general tampoco lo está hecha la isla. No había sombra ni sendero. Solo nosotras, con una diminuta botella de agua ya hirviendo y la convicción de que si sobrevivíamos valía la pena, y si no, sería una muerte digna del film El Gran Pez.


ree
ree

Subimos kilómetros y ni una pista de que ese restaurante fuese a aparecer, incluso de que existiera. No lo blanqueamos pero sé que internamente pensamos si realmente fue la decisión más inteligente. Seguimos, con esa mezcla idiota de terquedad y fe que solo tienen los que aún no han aprendido a rendirse. Cuando finalmente vimos aparecer el restaurante. Y el impacto fue tal que volví a cuestionar la veracidad de los hechos. ¿Esto realmente estaba pasando o morimos en el camino y estamos llegando al cielo?


ree

Por completo ante nuestros ojos, el restaurante gritaba César Manrique. La silueta redonda, vidriada, encajada como un disco solar en la lava. Un edificio que no pelea con el paisaje, lo sublima. Y como banda sonora involuntaria, ahí sonaba mentalmente Así habló Zaratustra, de Strauss. La música que usan en el tour cuando los buses ascienden los conos volcánicos. Para nosotras, era la señal: habíamos llegado al templo. Fue más allá de ver el restaurante: la sensación quijotesca de haberlo logrado con tremenda y vana hazaña.


ree

Manrique tendrá su entrada aparte, porque es un personaje fascinante. Pero basta decir por ahora que ese restaurante es una de sus obras más simbólicas: circular, brutalista, con cristaleras enormes que no interrumpen el paisaje sino que lo enmarcan como si fuera un cuadro vivo. Todo está pensado, desde las paredes de piedra negra hasta el suelo de piedra fundida y el minimalismo funcional que tanto lo caracteriza.


ree

ree

El Diablo no es un nombre azaroso. Hay varias leyendas en Lanzarote sobre figuras demoníacas, pero también está la historia del Islote de Hilario: un sujeto solitario con una camella que vivió allí. Plantó una higuera que jamás dio frutos. Solo le quedó el calor del subsuelo. Y hoy, ese calor es el que cocina tu almuerzo. A unos 400 grados centígrados. Sin gas. Sin cables. Puro infierno natural.


ree
ree

Nos sentamos en la mesa más pegada al ventanal. Pedimos sin mirar demasiado porque la elección fue clara: medio pollo asado al calor volcánico, con vegetales naturalmente volcánicos y una copa de malvasía volcánica. No voy a detenerme ahora en el plato principal, porque esa disección merece su propio infierno, y lo tendrá, así como los vinos conejeros y sus viñedos marcianos (¿debería componer una canción con ese nombre? mis disculpas por la anotación mental pública).


ree
ree

Los postres fueron una postal temática bien lograda: crema fría de calabaza volcánica con sorbete de limón, y un bienmesabe con helado de gofio. Canarias en estado puro. La presentación, sin ser kitsch, aludía claramente al volcán: texturas terrosas, formas de cono, colores del magma. Todo estaba pensado con referencias locales. El bienmesabe —mezcla de almendras, azúcar, limón y canela— era una explosión de tradición, y el gofio, ese polvo típico de cereales tostados, le daba una densidad de otra época.


ree

Pagamos -una cifra irrisoria de escasa por tamaña experiencia-. Observamos los cráteres desde el ventanal una vez más. No hablamos mucho. Había algo sagrado en esa digestión. En ese silencio. La revancha estaba cumplida. Y si el diablo existe, no está en los detalles ni en el marketing. Está en Lanzarote, cocinando con el vientre de la tierra, esperando que alguien tenga las ganas y las piernas para llegar hasta él.


ree

Ahora vayamos al núcleo del volcán, la disección que les deberé porque el interrogante siempre gana: ¿Realmente lo cocinan en ese pozo con rejas de hierro fundido? ¿O es solo el espectáculo y la carne viene de una cocina al uso, escondida atrás? Nunca lo sabremos. Y, honestamente, no importa. Porque en ese momento, después de tanto castigo autoinfligido, del sol, la ceniza y el hambre, todo sabía a magma. Era ancestral. Salvaje. Como si hubieras matado vos mismo al pollo con tus manos y lo hubieras arrojado a las brasas del centro del planeta.


Hay momentos en los que la épica, la narrativa y el paisaje se funden. Y no sabrás nunca si el pollo fue cocinado con lava real o con humo de puesta en escena. Pero cuando lo ves, lo olés, lo probás, después de haber cruzado a pie los orígenes del planeta, sabés con certeza absoluta que sí. Que fue la mismísima lava. Y eso basta.


Brindis final con mi amiga Marie quien sacó gran parte de estas fotos y me acompañó en la travesía.
Brindis final con mi amiga Marie quien sacó gran parte de estas fotos y me acompañó en la travesía.

Cocina al calor del volcán, sin gas ni electricidad.

Abierto todos los días de 12:00 a 15:30.

Acceso solo mediante ruta oficial dentro del parque.









 
 
 

1 comentario


Publicar: Blog2_Post
  • Instagram

©2024 por JazzGourmet. Creada con Wix.com

bottom of page